Esta villa posee uno de los conjuntos histórico-artístico más completos en cuanto a relieves historiados en sus capiteles, franjas y arquivoltas. Todos ellos nos narran de una manera pormenorizada y de una forma detallada a toda la sociedad alto medieval española. Toda esta secuencia narrativa está condensada en un antiguo convento de dominicos y en su iglesia cuyo claustro y portada del templo de principios del siglo XV han sido declarados Monumentos Nacionales.

LA IGLESIA

Las obras de la iglesia de Santa María la Real de Nieva se iniciaron en el año de 1393 y tardaron en terminarla unos siete años colaborando en su construcción tanto los vecinos de la recién fundada Puebla como los habitantes de los pueblos vecinos. La financiación corrió a cargo tanto de la Corona como de las aportaciones de los fieles.

Una vez terminada se entregó a la Orden de Predicadores de Santo Domingo en el año de 1399. Y, en el año de 1400 parece ser que se comienza la construcción del Monasterio, a la vez que se realiza entre 1414 y 1432 la ampliación de la iglesia por la parte oriental, tirándose la primitiva cabecera con sus ábsides y prolongándose hacia el este.

Estos dieciocho años que se tardó en ampliar y terminar la iglesia puede deberse a dos causas: una a la muerte de doña Catalina de Lancaster la fundadora y a que el patronazgo recayó en su hijo don Juan II y su esposa doña María, hija del rey de Aragón Fernando de Antequera; la otra, a la necesidad de proveer de nuevos donativos no siendo la situación económica en aquel momento suficientemente buena.

Es una construcción gótica de tres naves divididas en cuatro tramos por medio de arcos fajones y cubiertas por bóveda de crucería cuatripartita, soportada por pilares. Su estructura se corresponde con el tipo de arquitectura gótica castellana de la época.

La ampliación que de la cabecera se hace entre 1414 y 1432 da lugar a la construcción de un amplio crucero que ocupa las tres naves. La cabecera está compuesta por tres capillas: la central es de planta poligonal que se cubre con bóveda de crucería y las dos laterales son menores y de planta cuadrada y se cubren con sencilla bóveda cuatripartita. Los nervios que soportan los plementos en las tres capillas apoyan sobre ménsulas que salen del muro y, ofrecen claras reminiscencias cistercienses.

El exterior del ábside circular presenta un aire esbelto y elegante y llama la atención del resto de la iglesia. Éste está dividido en tres cuerpos por medios de dos molduras y gruesos contrafuertes que, delimitan los paños de la capilla mayor al mismo tiempo que enmarcan los ventanales.

Llaman la atención las dos ventanas laterales del ábside cuadrado de la izquierda. La frontal, con arco de medio punto trasdosado por una moldura de sección circular, muestra características más del románico que del momento en que se construye el resto de la cabecera, mientras que la decoración de los capiteles y resto de decoración sí está de acuerdo con el resto de la fábrica. La otra ventana, asimismo, muestra por sus materiales, estructura y decoración una clara influencia mudéjar, con su alfiz y su decoración de ladrillo en esquinilla.

La portada del templo sobre el muro norte del crucero es, junto con el claustro del convento Monumentos Nacionales.

Para los estudiosos del arte en este pórtico se puede apreciar una trabajada portada en estilo gótico flamígero con una faja historiada que narra la Pasión y Muerte de Jesucristo en bastante buen estado de conservación. Se puede apreciar en su temática la Última Cena en su representación más clásica: la mesa alargada paralela al muro, en el centro Cristo y a su alrededor los apóstoles; el lavatorio de los pies; la Oración en el Huerto de los Olivos, el Beso de Judas; Cristo ante Pilatos; La Pasión y la Resurrección. Asimismo, cinco arquivoltas rematadas por una moldura o chambrana de fino trabajo que, marcan el aspecto abocinado de la puerta y que hacen referencia a la resurrección. Las representaciones están dispuestas siguiendo la misma dirección del arco y llenan toda la arquivolta. En todas ellas como elemento común, hay un sepulcro y de él salen las figuras mostrando aptitudes muy diversas, algunas están dentro de lo gracioso, unas quitan la losa dándola un fuerte impulso con el pie; otras las separan haciendo esfuerzos con la espalda, también se observan algunas sentadas dentro del mismo e incluso matrimonios que intentan salir de él juntos, etc..

La segunda arquivolta está compuesta por dieciséis figuras femeninas encuadradas entre ménsulas y doseletes que representan a santas y mártires de la iglesia. La tercera arquivolta similar a la anterior en su disposición. Son catorce figuras masculinas, que por sus vestidos son padres de la Orden Dominica, varios santos con sus respectivos símbolos en la mano y también abades y obispos con mitra y báculo. La siguiente arquivolta muestra doce arcángeles dirigiéndose hacia el tímpano. Todos ellos tienen una rodilla en tierra y portan antorchas o incendiarios. Y la quinta y última está decorada con diez serafines con las alas cruzadas sobre el cuerpo viéndoseles únicamente las piernas.

Toda esta riqueza narrativa aloja el tímpano que representa el Juicio Final. Cristo entronizado, está flanqueado por las figuras orantes de los reyes constructores. Bajo ellos, muy mutiladas, las representaciones del Cielo simbolizada por la puerta del Paraíso que cuida San Pedro y la del Infierno, con las fauces del monstruo a la que siguen la ilustración de diversos castigos.

EL CLAUSTRO

El claustro del monasterio de Santa María de Nieva está situado junto al muro sur de la iglesia, con la que se comunica hoy por medio de una puerta situada en el primer tramo de la nave de la epístola, tras el crucero.

Es de planta cuadrada y se organiza por medio de cuatro galerías que dejan en el centro un jardín. La arquería apoya en un alto podio sobre el que apean los pares de columnas. Éstas no son de un solo bloque, el fuste está compuesto por cinco tambores que se han tallado dando el aspecto de ser dos columnas unidas por un bisel en ángulo. Encima descansan los capiteles todos ellos decorados con temas muy diversos. En la parte que da al jardín hay trece contrafuertes de sillares de granito que dividen las arquerías en tramos de tres, cuatro o cinco arcos. En el ángulo suroeste el podio se interrumpe dando origen a seis arcos, tres a cada lado, que dan paso al interior del jardín. Las cuatro galerías están cubiertas con un techo plano de madera.

Lo más hermoso del claustro son sus capiteles. Ellos nos van a mostrar el espíritu y las nuevas ansias de vivir que manifiesta la sociedad castellana de principios del siglo XV. Aunque todavía el ímpetu románico se vislumbra en numerosas referencias a los vicios, la tentación y el pecado, también, vamos a vislumbrar en ellos el espíritu naturalista, lleno de vida y amor por la naturaleza que hará que la vida cotidiana de la Villa, con sus momentos de trabajo y ocio y con sus diferentes clases sociales: pueblo llano, nobleza y clero, se vaya abriendo paso y esté en los capiteles del claustro en armonía con el viejo y catequético mundo románico.

Mientras a los claustros benedictinos y cistercienses de los siglos XI al XIII, no tenía acceso la población laica, en Santa María de Nieva van a poder entrar a él todos los que deseen asistir a las ceremonias que en él se realizan, debido a una nueva concepción de la religiosidad, llevada a cabo por las Órdenes Mendicantes: Dominicos y Franciscanos. Este nuevo aspecto hay que tenerlo presente para poder entender cómo parte de un monasterio en el que se realizan los oficios litúrgicos, el recinto adquiere aspecto profano, al incorporar al mismo a los habitantes de la Puebla.

Así pues, vamos a divisar en sus capiteles, por una parte, el pueblo llano formado principalmente por agricultores y por las labores que realiza en su vida cotidiana y, a la nobleza representada, asimismo, por sus ocupaciones de ir a la guerra y de ocio; y por la otra, a la iglesia y a su clero ocupándose de su labor predicadora y de las ceremonias litúrgicas, así como de su participación activa en la vida de la Villa.

La vida cotidiana de los habitantes de Santa María la Real de Nieva tiene una concepción en función de sus ocupaciones y que, al ser en su mayoría agricultores, tiene una dependencia íntima con el paso de las estaciones y de los meses. Esta temática del tiempo agrícola no es una novedad dentro de la iconografía medieval, pero, la que se representa en Santa María la Real de Nieva muestra diferencias respecto a otros calendarios agrícolas, debido a que en todos ellos se reflejan aspectos propios de cada zona. El clima hace variar las fechas en que se realizan las tareas del campo entre unas y otras regiones, el tipo de aperos, el vestido y las costumbres también cambian según los lugares.

En los capiteles del claustro se observa cómo las representaciones están de acuerdo con el ciclo agrícola castellano. La actividad se inicia en marzo, representado por una figura con una navaja de podar en la mano junto a un arbusto, que por sus hojas y frutos hace referencia a la poda de la vid. Junto a esta representación y en la misma cara del capitel, el tiempo alegre de la primavera representado por un joven a caballo, bien vestido con un ramillete de flores en una mano y con la otra sujeta las riendas del caballo, es el mes de abril.

El mes de mayo y junio, también en la misma cara de un capitel, nos presenta a un hombre a caballo llevando en su brazo izquierdo un ave con las alas desplegadas, sin duda es una indicación de la cetrería, o caza con aves rapaces. Al lado se dibuja la figura de un hombre vestido con una saya recogida en la cintura, llevando en su mano una larga guadaña con la que siega una mies muy alta.

En julio y agosto divisamos a dos campesinos, uno con un sombrero de ala ancha, está agachado y con su hoz siega el trigo y, a su lado, el otro desgrana los cereales que, atados en gavillas, se amontonan en el suelo.

Septiembre se nos muestra en una sola escena, el campesino está arando con un arado de tipo romano tirado por un par de bueyes de excelente factura. El hombre ha dejado su sombrero mostrándonos una bien peinada cabeza y la túnica corta da la sensación de ser de tela gruesa como clara alusión al incipiente frío que hace en los campos segovianos en este mes.

Octubre también ocupa el sólo una cara de un capitel. El labrador, con un odre al hombro y subido en un taburete está echando el mosto en un tonel de madera, es el mes de la vendimia y de los vinos nuevos.

Una figura muy deteriorada en pie, con los brazos levantados y llevando un mazo en sus manos, se dispone a descargar un fuerte golpe sobre la cabeza del animal. Es el mes de noviembre, mes de la matanza que, junto a diciembre, representado por una gran mesa cubierta con un mantel a cuadros sobre el que están colocados cubiertos y viandas y una figura masculina sentado detrás de ella, hace alusión a las comilonas de la Pascua de Navidad.

En enero la escena se desarrolla entorno al fuego que sirve para calentar el caldero que cuelga de un gancho en el hogar. A ambos lados se sitúan dos figuras muy abrigadas, una de ellas sentada junto a la lumbre y la otra, en pie, se dispone a asar un alimento insertado en un largo espetón. Se puede entender esta escena de este mes, al anciano sentado como símbolo del año que termina y al joven como principio del que comienza.

El calendario agrícola de Santa María la Real de Nieva se termina con este mes: febrero que, hace alusión a los trabajos artesanos. En este caso el oficio de zapatero. Se divisa al artesano sentado en el interior de su taller, cosiendo un zapato que sujeta entre sus rodillas y al fondo perfectamente colocados otros dos pares de zapatos que esperan ser reparados.

El segundo grupo social representado está formado por la nobleza y también tiene eco en los capiteles. La vida del señor puede verse, igualmente, dentro del ciclo que abarca un tiempo de actividad representado por las operaciones guerreras que se inician con la reunión y partida de la hueste hacia el combate que, comienzan en verano y acaban generalmente con él; y, el tiempo de ocio repartido entre sus deberes palaciegos y las actividades lúdicas.

El ciclo militar y la acción bélica se puede divisar en varios capiteles. En un territorio cristiano y con una larga tradición de guerra contra el Islam, no podía faltar la figura del moro como enemigo de la sociedad y de la religión. Se puede divisar el caballero cristiano con armadura completa y cubierto con el yelmo y lanza en ristre atacando al musulmán que intenta huir. El musulmán se gira y con el brazo derecho en alto pide clemencia. Es curioso observar como el artista ha querido plasmar las gualdrapas del caballo del moro. También está muy bien detallada la armadura del caballero. En otro cara del capitel se divisa cómo el caballero ha accedido a la petición de clemencia del moro y le lleva prisionero a su castillo. Éste presenta una excelente labor del artista al presentarnos un castillo con almenas y la puerta con arco apuntado que da paso al interior del recinto.

La actividad lúdica se muestra por medio de la caza del oso, del jabalí y del lobo, además del arte de la cetrería, tal vez la forma más elegante de caza que se dio en la sociedad medieval y a la que se dedican diversos tratados. En las dos primeras fotows se observa como el señor cabalga detrás del oso y en el momento en que este se gira le clava el arma en la garganta. El artista ha sabido plasmar la tensión del combate. En la siguiente cara del capitel el oso va cargado de bruces sobre un burro que camina despacio. «Al arte de la Cetrería» muy practicado en Castilla, también podemos divisarlo en el claustro: el señor ha detenido su caballo ante un árbol y se dispone a soltar el halcón tapado la cabeza con su caperuza; la escena ha captado la incertidumbre del momento en que el halcón se va a lanzar contra el ave que está posada entre las ramas (última foto). Estas actividades lúdicas de caza y cetrería del noble podría entenderse como ejercicio físico o entrenamiento para la lucha que ha de mantener en su tiempo de actividad bélica.

El tercer grupo social representado es la Iglesia y los temas que narran los capiteles del claustro están dedicados a la vida, obras y ocupaciones de los religiosos.

Uno de los capiteles que llama la atención es el de la construcción de la propia casa-monasterio. Se observa como un obrero está en un andamio mientras que con una mano se dispone a sujetar la cuerda que soporta un cargamento de ladrillos que le envía un fraile por medio de una cabría colocada a la derecha. Se observa en el fondo una arquería similar a las del propio claustro. Hay más capiteles de este estilo, lo que demuestra que los frailes intervinieron tanto en su ejecución como en la narración de sus relieves. Una vez construida la «casa-monasterio», pueden verse las distintas ocupaciones que en ella se realizan. Una de las principales ocupaciones en la iglesia, son los oficios litúrgicos y los cantos. En una de las caras de un capitel se puede observar como un fraile toca un órgano, mientras que en la parte posterior, otro suministra el aire necesario por medio de un gran fuelle; al lado, un tercero va siguiendo el canto con un libro entre las manos a la vez que con el dedo indica las líneas del libro. También están representadas las clases que se impartían a los novicios: sentado en un alto pupitre está el maestro, a su alrededor, sentados en círculo, los novicios tienen sus libros entre las manos, en pie y en el centro otro alumno, parece entablar un debate con el maestro.

La predicación también tiene su representación en el claustro. Desde un púlpito un padre dirige su homilía a un grupo de personas que sentadas, le escuchan con atención. La escena puede tener un doble sentido: además del de la predicación, puede estar recordando que cuando se estaba construyendo el Monasterio, en el año de 1402 predicó en Santa María San Vicente Ferrer. También hay que tener en cuenta que para los Dominicos la predicación será como la simiente que siembran entre los hombres. Esta simiente viene dada por la palabra que se transforma en la planta que dará fruto. Por eso se remite en muchos capiteles, una boca abierta de la que salen unos tallos que se ramifican por toda la superficie, como alegoría de la predicación. Asimismo, en multitud de cimacios, también aparecen unas cabecitas de can, que también hacen alusión a la Orden Dominicana, ya que los dominicos se consideran los «perros del Señor» (Canes Domini). Otro capitel de enorme expresividad es el que está representado por una campesina que lleva una cesta en el brazo derecho, a la vez que con la mano izquierda sujeta una cuerda a la que va atada una cabra. El fraile muestra una actitud, un tanto realista de coger el asa de la cesta. Está plasmando este relieve la obligación del pueblo a contribuir en las necesidades del Monasterio. También narran los capiteles, tanto escenas de la lucha espiritual entre el Bien y el Mal o del Antiguo y Nuevo Testamento como demostración de la labor catequética primordial de la Iglesia Católica, e incluso, el pastor Pedro Amador. (Adán y Eva; la Anunciación; la Huida a Egipto; animales fantásticos, etc.).

En la cúspide de la sociedad medieval se encuentra el rey y en el claustro de Santa María la Real de Nieva, siendo además de fundación real, se le rinde el debido homenaje por medio de la heráldica. El escudo de Enrique III sostenido por dos ángeles arrodillados, es el escudo cuartelado de Castilla. El escudo de doña Catalina de Lancaster, es un escudo partido, a la derecha, a su vez cuartelado están los emblemas heráldicos de Castilla y León y a la izquierda también cuartelado sus armas: 1º y 4º tres leopardos pasantes y 2º y 3º dos flores de lis. El escudo está sostenido por dos frailes dominicos arrodillados como señal de que cuando se realiza el escudo la reina ya había muerto, como así su marido el rey. También están los escudos de sus sucesores Juan II y de su esposa doña María, hija de Fernando de Antequera, rey de Aragón. Estos escudos están sostenidos por ángeles de pie, como símbolos de que los reyes todavía vivían cuando se realizaron. El escudo de Juan II es el mismo que el de su padre. El de María de Aragón es un escudo partido, en el lado derecho el cuartelado de Castilla y León y en el lado izquierdo las barras de Aragón.

No cabe la menor duda que nos encontramos ante un monumento único. Fue declarado Monumento Nacional, tanto la portada de la iglesia como el claustro por R.O. del Ministerio de Instrucción Pública y Bellas Artes el 19 de junio de 1920. El antiguo Monasterio está bajo la protección del Estado y su inspección y custodia depende de la Comisión Provincial de Monumentos de Segovia.

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